Dices, que de pequeña solía traerte
a contemplar este cuadro,
y que yo era ese árbol de tronco grande y fuerte...
Pero ya ni siquiera soy un espectador
en mi propia obra.
En el lienzo de mi mente
soy un árbol abstracto
que lentamente se deshoja.
Los colores que antes eran claros y nítidos
hoy son palabras borrosas
que se enredan y retuercen
como yedra en mi memoria,
olvidando los nombres de los matices.
Soy aquel árbol inmóvil del cuadro pintado,
que no recuerda las estaciones.
Lloro por las hojas arrancadas
que el viento deposita en el suelo,
por las flores marchitas entre sus ramas,
mientras el tiempo se arruga en las raíces.
Mis pensamientos son fragmentos,
borrones mudos,
testigos de retazos
Son como pigmentos, que pintan
silencios en mi mente,
en un boceto que se desvanece
en la espesa bruma.
Cada pincelada que intento retener,
resbala como acuarela entre mis manos.
El olor a óleo en mis dedos,
son palabras que huyen y no retengo,
la esencia de lo que fui,
gotea como un lamento,
un pasado que, poco a poco,
sin aliento, pierde la voz.
Los nombres, como sombras,
se resquebrajan con el tiempo
y los brochazos del recuerdo,
se dibujan en tonos negros.
Mi esencia se diluye y disuelve,
allá donde las memorias se difuminan,
con un ocaso trazando
un final sin pausa ni prisa.
El Alzheimer, cruel pincel,
me borra sin piedad,
del cuadro de mi vida.
En cada amanecer,
hasta el último trazo,
seré un intruso en mi propio ser.
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