Mis lágrimas
son los tatuajes que emergen
desde las cicatrices del alma.
Gota a gota, en la mirada,
río a río, en el pecho,
bordando tu figura,
en busca de tus límites,
hasta perecer en mi lecho.
Mis lágrimas
son los tatuajes que emergen
desde las cicatrices del alma.
Gota a gota, en la mirada,
río a río, en el pecho,
bordando tu figura,
en busca de tus límites,
hasta perecer en mi lecho.
Las lágrimas se deslizan
por la fachada de tu silencio,
gotas de mar en esos ojos cansados,
de un corazón que se erige en muralla.
No es suficiente la distancia,
las palabras se agolpan en el pecho.
Los días pasan de largo
consumiendo las brasas,
que se apagan en tu boca,
con el frío de tus labios.
El ayer es inmutable,
respira,
aléjate de la hoguera,
y suspira,
que el tiempo,
no está de nuestra parte.
Compongo sueños que nunca son,
y me imaginé enamorado,
entregado por completo a tu abrazo,
preso al rumor de tus labios.
Concibo promesas,
que nunca zanjamos,
cegado por tus lágrimas aparentes,
tu tenue sombra,
donde encuentro mi espacio.
Y aun así,
rendido y enamorado de tu vacío,
con todos los segundos,
en cada uno de tu pasos.
A pesar de todo,
creo que simplemente lo hago,
para poder sentirme solo.
Persiste el recuerdo del rumor de tus besos,
vagando por mi alcoba,
perfumando esperanzas y excesos,
en las mañanas de mi mente,
dolor que escondo al anochecer,
donde las cicatrices florecen,
en un soliloquio persistente,
bajo la imagen de tu voz distante,
atrapada en los pliegues de mi piel.
En la vastedad de mi almohada,
extravío lágrimas en la oscuridad,
pero aún conservo la esperanza,
en el que tus recuerdos alcanzan
las playas de mi alma,
depositando paz y retornan su camino,
en esta travesía de mi ser,
donde las flores que contemplo en el día,
son las espinas que florecen
y se me clavan al caer la noche.
Con el paso de los días,
creé el hábito cotidiano,
que acompaña mis horas,
entre el café de las mañanas,
y las noches sobrias.
Acomodé en mi rutina,
la monotonía de quererte,
amarte en lo sencillo,
sin alardes,
en lo diario,
sin extravagancias,
en lo imperceptible,
en lo mundano.
Amarte día a día,
simplemente con calma,
con la constancia inadvertida,
con la cual siempre te he amado.
Un amor que aguarda,
un amor que no llega,
la espera se viste de gris callado.
Un amor que murmura,
en la noche sin afecto,
se desliza entre las rendijas,
de un sueño inquieto, lejano.
Un amor olvidado,
en noches perdidas,
como náufrago,
aguardando hallar en la marea,
su impasible muerte.
Las estrellas me contemplan,
con ojos indiferentes,
cuando deseo regresar a tu vientre.
Eres feligrés en el templo
de tu propia soledad,
sagrado y aislado rincón,
donde buscas hallar,
la paz de los pensamientos,
que habitan en tu interior.
Tus palabras son como el incienso silencioso,
que se consume en la quietud nocturna cotidiana,
se elevan ceremoniosas,
perfumando el espacio de tu retiro.
Devoto de tu ritual monótono,
donde cada vela es una ofrenda,
un rezo,
una lágrima,
un suspiro.
La melancolía es tu guía,
un grito sereno,
en la penumbra de tu refugio,
donde se desvanecen los ecos del mundo,
las horas vagan sin rumbo,
las paredes guardan silencio.
y poco a poco, se apaga tu vida.
En un paisaje árido y agrietado,
como la lluvia cristalina y suave,
reposan tus labios, sin dueño,
acariciando la tierra reseca,
penetrando mi piel fatigada y sedienta,
con la fuerza del viento que moldea la roca desnuda,
con la delicadeza de una flor que brota,
y al llegar la noche,
persigo la vehemencia de tus besos,
para apaciguar mi angustiada sed.
Ante el espejo,
la realidad se desdobla,
el tiempo se desvanece,
y la verdad se desnuda.
Frente al espejo,
pintados como un lienzo,
arrojo y despido mis sueños,
que se proyectan de silente regreso,
en un portal de reencuentros,
como un reflejo de lo etéreo.
Tus ojos,
del color de las tormentas,
relámpagos profundos,
como perlas que resplandecen,
de tonos verdes y grises.
Ojos que susurran sueños,
besos y calma.
Mirar tu mirada,
ojos que se clavan,
y transcurre una vida,
cuando callan.
La luz, ilusión fugaz,
arquitecta de contrastes,
se enreda en lo invisible,
moldea la realidad,
y esculpe los matices del crepúsculo,
donde el cielo se viste de tonos cálidos
y las pinceladas de fuego se desvanecen,
dejando espacio a las sombras
que flotan en el aire.
La luz, origen de la vida,
y testigo de la muerte.
Caminar errante sobre la nieve,
dejando atrás memorias,
con aliento gélido,
y escarcha en el pecho.
En el aire,
lágrimas plateadas
caen con gracia desde el cielo,
un manto blanco,
se adueña del paisaje.
Árboles de blancos corazones,
exhalan silencio,
de ramas engalanadas
con pájaros de cristal,
abrazando el abrigo del invierno.
A pesar de que otros corazones
laten con sus pesares,
la soledad,
me acoge y escucha en sus brazos,
fiel amante complaciente,
que reposa a mi lado.
Únicamente mía,
en un entendimiento paciente,
sin exigencias,
ni palabras,
y me escucha,
a través de sus ojos,
en silencio,
guiándome a recordar,
la tangible realidad del dolor,
cuando pronuncio tu nombre.
Ruge el viento
en el horizonte salado,
un relámpago rasga la negrura,
silencio,
miro,
no hay gaviotas sobre el mar.
La tormenta me acompaña,
un vacío que exhibe sus alas,
alcanzando la arena,
la sal besa mis labios,
por la tierra transito,
mis pasos,
como olas atrapadas en un espejo,
camino, sin avanzar.
Cuando calla el cielo,
ruge la furia del mar,
un destello se ahoga,
se agrietan mis pensamientos.
en el silencio,
habita un lamento fugaz,
¿Quién añora mis lágrimas
en la profundidad del mar?
Cuando la brisa acaricia
el último instante del crepúsculo,
cuando el todo se desvanece,
en el murmullo, la nada despierta,
como sombríos cuervos,
poblando el cielo,
en perfecta armonía,
en un peregrinaje de siluetas en despedida.
Tu vacío mengua mis pasos,
mi todo atrapado en tu ocaso.
Soy una sombra prolongada,
que intenta pausar el tiempo,
hasta el siguiente amanecer.
La soledad,
un yo errante en su propia travesía,
odisea por caminos viejos y desgastados,
autodestierro a un exilio interior,
en busca de un reencuentro,
de respuestas en el silencio,
pesar sin dolor,
en una realidad de barro.
El eco del yo ansía resurgir,
en un abrazo frío solitario,
envuelto en su propia tempestad.
En la esquina de mi habitación,
de una ciudad adormecida,
bajo la disimulada luz
de una lámpara de cristal,
te escribo versos en la noche,
sobre los renglones difuminados
de mi soledad.
Son mis pensamientos mi guía,
que me arrastran,
hacia un rincón,
de tenue luz.
En mis líneas,
me pierdo,
desordeno letras
poco a poco,
y entre lágrimas,
avanzo paso a paso,
en silencio,
hacia el resplandor del vacío
de mi propia cordura.
La ciudad duerme impasible,
en su letargo,
indiferente,
mientras yo, deslizo mis huellas
en mi lienzo de palabras,
yacen ausentes, entre grietas,
olvidadas,
atrapadas en la bruma
de mi desesperación.
Cada amanecer,
en mi insomnio perpetuo,
te escribo versos,
que se desvanecen
como sombras en la ciudad,
que rezuman a latidos,
de secretos abandonados del ayer.
Permaneces a tres pasos de mi pecho,
y mis dedos no alcanzan tu piel,
esquivas la distancia,
y danzas en mi calma,
posando, ahí de pie,
como llama burlona,
y tu voz enredándose en mi silencio:
-“Cierra los ojos, pide un deseo”.
En el siguiente latido,
se aviva un fuego.
A dos pasos de tu pecho, suspiro,
mi razón enloquece,
un solo paso más,
venenosa esperanza,
y un aliento confinado se pierde,
donde el tiempo se desvanece,
en la inmensidad etérea de la cercanía.
Pero no bastó, no fue suficiente,
y el susurro de tu voz me estremece:
-“Cierra los ojos, pide un deseo”.
Al siguiente latido,
un témpano de hielo precede.
Con temeridad, a un solo paso
de la estrechez del abismo,
abrí los ojos, y fundimos,
latido con latido,
por siempre,
en un mismo destino.
No deseo hallar la tristeza
en esos ojos tuyos,
de verdes paisajes,
y suaves como ríos de primavera.
Ni vislumbrar la ausencia en tus riberas,
donde murmullan los árboles,
en otoño, y las hojas posan en pena.
En tu mirar, no quiero encontrar,
la sombra que se desvanece,
ni que aniden en tus ramas,
los pájaros de la melancolía,
que se nutren de tus lágrimas.
Quiero presenciar el momento,
donde tu duelo
es arrancado del suelo,
y en tu mirada,
resplandece de nuevo
el eco de las risas,
reflejo de tu alma,
al igual que con tus ojos,
las aguas, encuentran la calma.