Permaneces a tres pasos de mi pecho,
y mis dedos no alcanzan tu piel,
esquivas la distancia,
y danzas en mi calma,
posando, ahí de pie,
como llama burlona,
y tu voz enredándose en mi silencio:
-“Cierra los ojos, pide un deseo”.
En el siguiente latido,
se aviva un fuego.
A dos pasos de tu pecho, suspiro,
mi razón enloquece,
un solo paso más,
venenosa esperanza,
y un aliento confinado se pierde,
donde el tiempo se desvanece,
en la inmensidad etérea de la cercanía.
Pero no bastó, no fue suficiente,
y el susurro de tu voz me estremece:
-“Cierra los ojos, pide un deseo”.
Al siguiente latido,
un témpano de hielo precede.
Con temeridad, a un solo paso
de la estrechez del abismo,
abrí los ojos, y fundimos,
latido con latido,
por siempre,
en un mismo destino.
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