Aguardamos al crepúsculo
para decirnos adiós.
Nos despedimos
sin hablar de nuestro dolor,
sin lágrimas en los ojos,
bajo el velo de los almendros.
El invierno trae vientos grises,
pintando de blanco y rosa
el cuadro de nuestra partida.
Siempre imaginé tu vacío
como un lienzo sin pigmentos,
pero nuestra distancia se traza,
con un pincel de cruel ironía.
A las montañas nevadas
hablaré de mi amor atrapado
en tus cálidas manos,
de tu ausencia,
del día que no hubo abrazos.
El sol se oculta lentamente,
y mis palabras no hallan el adiós.
En este melancólico atardecer,
caerán flores junto al arroyo,
que llevarán de vuelta mi herida,
cubriendo la sombra de los almendros,
donde un día fuimos dos,
y hoy, solo quedan
árboles sin colores
y la semilla de un adiós.
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