No sé quién era
pero me enamoré de ella,
de todo su encanto,
pues la envolvía el misterio,
e igual si la conociera,
no la querría tanto.
Y entonces, yo,
enamorado,
a la incertidumbre
le daba la gracia
de un cuento inacabado.
No la conocía,
pero la amaba.
La amé aún más,
imaginando su nombre,
en cada noche en vela,
dibujabándola en mi mente,
sin oir su voz ni su risa.
La soñaba con pasión,
la reconocía en cada latido,
era un libro sin abrir,
un cajón cerrado.
No la conocía,
pero cada día que pasaba,
la sentía en mi piel,
y su ausencia me consumía.
Ella no me conocía,
ni sabía que la amaba,
más allá de las palabras,
como si siempre hubiera
estado a su lado,
como si siempre hubiera
sido mi razón de ser.