En las ramas de un roble viejo,
mi soledad se enreda
en sus entrañas,
como un abrazo descarnado,
donde mi dolor ciego
halla la calma.
Las raíces del ayer me reclaman,
y en la placidez pretérita,
mi voz arraiga bajo la tierra.
Mi corazón se serena
cuando mi tristeza le habla.
El roble talla secretos
en su rugosa madera.
En mi soledad,
no soy el carpintero
de mis palabras.