He tratado cada día de abandonar
este desolado laberinto de soledad.
Descalzado y herido,
clamando al cielo
en busca de una tenue señal.
Pero el grito se ahoga y mi llanto enmudece
en estas impávidas paredes
hechas de invierno.
No hallé hendidura que atravesar.
Todo en mi mundo se quiebra
salvo los muros
de esta perversa condena.
En mis noches
no hay amaneceres
ni cánticos a luna plateada.
Solo un oscuro cielo
que a cada paso del reloj de arena
se torna aún más sombrío.
He intentado entregarme
a un sueño profundo,
pero este frío que todo lo invade,
hiere tanto que impide
que el aliento escape.
He tratado de gritar,
pero hace tanto tiempo
que habito aquí,
que ya no invoco el eco
de las palabras,
y todo es tan solo un recuerdo
en este gélido sueño.