Hojas resquebrajadas
crujen bajo mis pasos,
anuncio majestuoso
de la llegada del Otoño.
Nada perdura eternamente.
Los almendros, desnudos,
se rinden al viento,
un frío creciente abraza
sus brazos abiertos.
El sol del mediodía,
visitante pasajero,
cobija a los cerezos,
evocando recuerdos,
de cuando se vestían
de hojas y flores.
Esos mismos trajes
que ahora yacen marchitos
en el gélido suelo.
El cielo palidece,
su brillo se apaga
y se tiñe de amarillo.
Atrás se desvanecen
los días cálidos
vencidos en susurros,
en el sueño de la noche.
Nada es eterno.
Sólo el frío persiste,
un testigo mudo,
que mantiene con vida
mi corazón inerte.
Y solo el recuerdo
de tu sonrisa,
de un último beso,
desharía este gélido yermo.
Pero los días de ayer
parecen ya tan lejanos.
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