Cuando me siento abatido
acostumbro deambular
y caminar hacia la playa,
desnudar mis pies en el cálido vacío
y sepultar un llanto en la arena.
Abrazar el sonido de las olas
y contemplar, poco a poco,
en la silenciosa oscuridad,
cómo pasan las horas,
cómo menguan las estrellas.
La noche es fría y me abstraigo
distraido mirando la mar,
en la distancia que nos separa.
¿Y si pudiera atravesar
este océano infinito,
y nadar hasta la otra orilla?
Solo este manto turquesa nos aleja.
Pero sucumbo y
me abandonan las fuerzas.
En el crepúsculo,
recuerdo el primer día que te vi.
Ese, que tu sonrisa vestía
un ramillete de colores.
Ese, en que el brillo
de tus grandes ojos negros
avivaron esperanzas
en un solar yerto.
Ese día, en el que yo
erraba muerto
y mi corazón renació
buscando tu encuentro.