Abandonando una suave brisa,
partí sin mirar atrás, poco a poco,
alejándome de la cálida orilla,
caminando hacia las rocas
donde la furia del mar
celebra y entierra su ira.
De pie, solitario,
en la última roca me arrodillo,
me lamento al cielo:
De qué sirve gritar
en el mismísimo infierno
si el rugido del mar
me convierte en silencio.
La roca, a la mar amedrenta,
y ante ella deposita lentamente
lo que otrora fue su vida.
No pude ahogar a mi corazón
sin verlo naufragar primero.
Y donde el mar a la roca teme y olvida,
fui a entregar la mía.
no sé
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