lunes, 1 de enero de 2024

hábito cotidiano

 


Con el paso de los días,

creé el hábito cotidiano,

que acompaña mis horas,

entre el café de las mañanas,

y las noches sobrias.


Acomodé en mi rutina,

la monotonía de quererte,

amarte en lo sencillo,

sin alardes,

en lo diario,

sin extravagancias,

en lo imperceptible,

en lo mundano.


Amarte día a día,

simplemente con calma,

con la constancia inadvertida,

con la cual siempre te he amado.



El taxista (microrrelato)

 El taxista (microrrelato)

Apenas conservo fragmentos del accidente que me mantuvo en coma varios meses. Regresé a mi trabajo de taxista, todo parecía diferente, nuevo, extraño, como el primer cliente. Una figura sombría, que hizo que aquel recorrido se volviera gélido.  Al llegar a su destino, el pasajero desapareció y en su asiento había depositado una moneda de oro.

Desde ese momento, conduzco a las almas difuntas errantes de la ciudad hasta su destino.

O simplemente permanezco deambulando en mi propio ensueño...No obstante, mi rutina continúa, en espera del día en que sea yo quien se suba a mi propio taxi.

La camarera (microrrelato)

 Microrrelato:

La camarera:

He escogido este momento para confesarte mi amor, fue el destino, desde el primer día que te observé, de cómo tus labios carmesí adornaron mi café, tus dulces palabras, una amabilidad que nunca antes conocí.

Tu pelo negro, tu tez sedosa y blanca, tan suave…¡Oh! No aprecias mi contacto, pero tranquila, te acostumbrarás. Detén tus lágrimas, pronto comprenderás tu destino.

Tranquilízate, vivirás, aunque encadenada a esta cama, amordazada en este silencioso y aislado sótano. No deseo lastimarte, como hice con la anterior. Mitigarás mi soledad como en el bar, entenderás inevitablemente que tú también me amas. 

El gato (relato corto)

Nos lanzamos a la carretera con los trajes de boda puestos, decididos a pasar nuestra luna de miel recorriendo el país en coche. Nos encantaba viajar, cantar canciones de la radio, besarnos, una botella de champán en el asiento y disfrutar de nuestra nueva vida de recién casados.

El atardecer poco a poco empezaba a dar paso a la noche por aquella carretera solitaria, abrimos las ventanas para que entrase aire fresco y sacara el humo del tabaco, de repente algún animal salió de la oscura linde del bosque y se nos cruzó delante del coche <cuidado> grité, solo pude ver el brillo de sus ojos amarillo verdosos, cada vez más y más cerca del parabrisas, reflejando la luz de los focos. Lamb, instintivamente giró bruscamente, intentó esquivarlo pero no pudo controlar el volantazo y nos estrellamos contra un poste de la carretera. En ese momento mi mundo se paralizó casi por completo, veía imágenes como a cámara lenta, y de repente todo se volvió muy oscuro. Afortunadamente, los airbags saltaron, aparte del sobresalto y el pulso acelerado, nada nos ocurrió. No puedo decir lo mismo del coche, tenía el morro medio hundido y desprendía un inquietante ruido y humo blanco. No fuimos lo más rápidos del mundo en abandonar el coche, quizás por la conmoción, quizás por el miedo pasado, pero nos alejamos del coche sin coger nada y a los minutos empezó a arder. Estuvimos mirando como se incendiaba, al filo de la carretera, esperando que pasara algún otro vehículo, pero esa noche parecía estar en contra nuestra, primero unos truenos aislados, después un relámpago y poco a poco empezó a llover con gran fuerza en mitad de aquel paraje.


Caminamos bajo la lluvia en silencio, después, hablamos del pobre animal, del cual no había quedado rastro en la carretera, de nuestras familias, de nosotros, de lo rápido que nos habíamos enamorado el uno del otro y en apenas unos meses nos casamos. Durante ese tiempo tampoco pudimos parar a nadie.


Cruzamos por lo que parecía un camino de entrada y vimos una casa al fondo, nos adentramos confiando encontrarnos con algún ser vivo habitando aquel lugar, o al menos algún lugar donde poder refugiarnos de la lluvia. Lo único que nos iluminaba los pasos eran los rayos que iban cayendo con más y más frecuencia. <Mira Lamb> le dije señalando a una figura a una decena de metros fuera de la casa.

Le gritamos, pero parecía no oírnos, y aceleramos el paso. Al acercarnos, no había nadie afuera, golpeamos la puerta <¿hola, hay alguien?> pero nadie contestó.

La puerta estaba entreabierta y decidimos entrar, el interior estaba en la más absoluta oscuridad, la madera crujía y se quejaba bajo nuestros pasos resonando en el silencio, los relámpagos iluminaban esporádicamente el interior de la casa, mostrando muebles cubiertos de polvo,  ventanas entreabiertas y cortinas que se mecían con el viento. Al fondo, junto a la pared había una chimenea dispuesta para ser encendida y en una repisa contigua encontramos unas velas y una caja de cerillas.

Eramos como dos niños sentados en el suelo viendo como el fuego crecía iluminando nuestros rostros poco a poco. Las últimas horas habían sido estresantes y por un momento tuvimos un descanso, permanecimos callados, me acerqué a Lamb, con su rostro fatigado, para besarle, cuando vi otra vez a esa figura tras la ventana, su mirada me era familiar pero grité asustada. <Hay alguien fuera, cariño> Lamb se levantó, buscó a su alrededor y cogió un atizador de la chimenea y se mantuvo de pie, mirando hacia la ventana. <¿quién es? ¿quién anda afuera?>. Nada ni nadie contestaba, se acercó temeroso hacia la ventana <...vimos la puerta abierta y ...¿hola?> Pero tampoco hubo respuesta, se dirigió decidido hacia la puerta, se asomó al exterior, dudando, observando y me puse a su lado pero no vimos a nadie más.

Llenos de nervios nos volvimos al interior, y observarmos la casa, había fotografías antiguas enmarcadas en las paredes, con rostros de personas que, quizás, alguna vez la habitaron. Encontramos un álbum polvoriento de fotos y recortes de periódicos que relataban una serie de historias de amor pero a medida que avanzaban, también de tragedias. En la última página hablaba de misteriosa desaparición y la infructuosa búsqueda acompañada de una fotografía de un hombre mayor, sentado en un sillón, y un gran gato negro en su regazo. Un escalofrío recorrió mi espalda, los ojos brillantes del gato por el flash de la cámara me miraban, me eran familiares, haciéndome recordar a los ojos iluminados por los faros del coche, los ojos del animal que hace unas horas habíamos atropellado en la carretera. Seguimos buscando, en un rincón de la sala, descubrimos un pequeño altar improvisado, con velas gastadas y objetos personales. El gato negro estaba representado en varias imágenes y figurillas. Al acercarnos, sentí una extraña sensación, como si el ambiente estuviera impregnado de la energía de alguien más.

Abrimos puertas y explorábamos más habitaciones. Más fotografías por todos lados, el gato negro, siempre presente, parecía ser más que una simple mascota. Sus ojos brillaban con una intensidad inusual, como si emanaran una presencia sobrenatural.


 Descubrimos una puerta que daba a un sótano, una ráfaga de aire frío nos envolvió, dudamos pero bajamos las escaleras, al final, una habitación, en el centro, una mesa cubierta de velas encendidas formando un extraño círculo, en las paredes, dibujos y símbolos extraños.

Sentí un cambio en la atmósfera, la temperatura descendió repentinamente, un murmullo suave resonaba en el aire, como susurros lejanos acercándose, las velas parpadearon con más y más intensidad. En ese momento, notamos la presencia de alguien más en el sótano, apareció sobre la mesa, sentado y apoyándose a dos patas, dentro del círculo de velas, era la silueta del gato, mirándome, y unos metros detrás estaba de pie la figura del hombre mayor, la misma que vimos en la fotografía. Sin decir una palabra, extendió la mano hacia el gato negro, el gato bufó y gruño, su maniático maullido se me metió en la cabeza, me miró con ojos que desprendían ira y fuego.

Estába realmente asustada, muda, intenté soltar alguna palabra, pero el miedo me paralizaba, de súbito, las velas se apagaron, sumiéndonos en la oscuridad, gritos y ecos lejanos llenaron el silencio de la habitación, parecían salir del suelo, de las paredes, de todos lados, voces inteligibles, pero de lamento. Grité desesperada. De golpe, los gritos desaparecieron, las velas se encendieron de nuevo, y estábamos otra vez solos. Abrumados, intentamos salir de allí, no entendíamos lo que acabábamos de experimentar, el terror nos envolvía mientras subimos rápidamente por las escaleras y decidimos alejarnos, corrimos hacia la puerta, pero algo invisible nos empujó hacia atrás, Lamb forcejeó con la cerradura, pero la puerta estaba cerrada, como si la propia casa resistiera cualquier intento de abandonarla, detrás nuestra, junto a la chimenea, estaba el anciano, fue entonces cuando el anciano habló, <no podéis salir, él no os dejará marchar>


La voz del anciano temblaba, cargado de pesar y melancolía. <¿que está ocurriendo aquí?, déjenos salir,> le rogué, pero ignorando mis palabras, empezó a relatarnos su historia, de cómo un día, mientras paseaba por el bosque que rodeaba su casa, encontró al gato negro, solitario y abandonado. Sintiendo compasión por el felino, lo llevó a su hogar, a medida que el gato se instaló en la casa, la atmósfera comenzó a cambiar. El comportamiento y la salud de la esposa del hombre empezó a deteriorarse gradualmente. Lo que una vez fue un hogar lleno de amor y risas se tornó en un lugar marcado por la tristeza y la extrañeza. La mujer, antes llena de vida, se volvió distante, como si estuviera siendo consumida, el animal y ella pasaban horas en solitario. Atormentado por la preocupación y la sospecha, decidió deshacerse del gato a quién culpabla, y nos confesó que se lo llevó al bosque, lo golpeó y lo enterró. Al levantarse al día siguiente, su mujer no estaba con el, la buscó , bajó al sótano, al abrir la puerta, se encontró con la escena macabra: su esposa yacía sin vida en el suelo, rodeada por un círculo de velas, mientras el gato negro descansaba ronroneando sobre su vientre. <Intenté atraparlo, intenté dejar la casa, pero él no me lo permitía> Nos habló de como enterró a su mujer en el sótano, desesperado, se sentó en su silla de madera, esperando le llegara su muerte. <El gato busca a mi mujer y alimenta su diabólico poder a través del cuerpo de otras personas>

La confesión del anciano nos dejó en un silencio sepulcral. <Tenemos que salir de aquí> dije, y fue entonces cuando apareció el gato y sin pensárselo, Lamb se lanzó sobre el animal intentando atraparlo, el gato no se movió, permaneció quieto, inmóvil, sin defenderse, como esperando ese momento. Lamb lo agarró, <¡no, detente¡> le grite, pero no me quiso oír, y sin dudarlo, agarró al gato con las dos manos y lo lanzó con fuerza contra el fuego de la chimenea.


Oímos gritos de dolor, la casa comenzó a temblar, el fuego comenzó a extenderse envolviendo todo, el anciano nos observaba impasible, el techo estaba envuelto en llamas consumiendo la casa, intentamos forzar puertas, ventanas, pero estábamos sin salida. Agotados nos rendimos, nos abrazamos en medio del salón, desesperados, sin saber que hacer, el humo y las llamas locubrían todo, apenas podía respirar y sentí desmayarme.


Tengo imágenes y vagos recuerdos, donde abro los ojos, estoy en el interior del coche, el claxon no deja de emitir su sordo sonido, la lluvia cae suavemente, y el olor a humo impregna el aire, Lamb yace a mi lado, inconsciente, con la cabeza sangrando, le golpeo en el hombro repetidas veces, intento inútilmente despertarlo, el humo es asfixiante, lucho por quitarme el cinturón de seguridad, el coche arde a mi alrededor, consigo abrir la puerta, gateo por el suelo, me alejo unos metros y me desplomo en el suelo.

Ahora me encuentro en la habitación de un hospital, la luz es tenue, y el sonido de los monitores resuenan en el aire. Mi mente está nublada, con escenas entremezcladas del coche, de la casa en llamas, de Lamb. El anciano y el gato negro aparecen en mi cabeza, es como una terrible pesadilla entre la realidad y el sueño.


El doctor y una enfermera entraron, notando que había recobrado la consciencia. <¿qué ha ocurrido?> pregunté con dificultades. Me explicaron que había sufrido un accidente de automóvil, y fui encontrada tumbada en la carretera, inconsciente a unos metros del coche, con contusiones internas, pero no temían por mi vida. Aún desorientada, pregunté por Lamb, esperando que la respuesta fuera diferente a lo que temía. Me informaron que no pudo salir del coche, y mi corazón se contrajo, las lágrimas amenazaron con desbordarse mientras luchaba por comprender lo sucedido, todo era confusión, el accidente, la casa, el anciano...


La enfermera, me pidió que descansara y se me acercó con amabilidad y una leve sonrisa y me dijo: <Por cierto, nos costó separar a su gato de su lado, se encuentra sorprendentemente bien, sin rasguños, ahora que está despierta, le diré al celador que se lo traiga para que le haga compañía, como ha estado inconsciente un par de días, no sabíamos qué hacer con él, y lo llevamos al Pabellón Infantil, para que animara a los niños y jugaran con él.>


Fin

Un amor que aguarda



 Un amor que aguarda,

un amor que no llega, 

la espera se viste de gris callado.

Un amor que  murmura, 

en la noche sin afecto, 

se desliza entre las rendijas,

de un sueño inquieto, lejano.

Un amor olvidado,

en noches perdidas,

como náufrago,

aguardando hallar en la marea, 

su impasible muerte.

Las estrellas me contemplan,

con ojos indiferentes,

cuando deseo regresar a tu vientre.



Feligrés en el templo

 


Eres feligrés en el templo

de tu propia soledad,

sagrado y aislado rincón,

donde buscas hallar,

la paz de los pensamientos,

que habitan en tu interior.


Tus palabras son como el incienso silencioso,

que  se consume en la quietud nocturna cotidiana,

se elevan ceremoniosas,

perfumando el espacio de tu retiro.


Devoto de tu ritual monótono, 

donde cada vela es una ofrenda,

un rezo,

una lágrima, 

un  suspiro.


La melancolía es tu guía,

un grito sereno,

en la penumbra de tu refugio,

donde se desvanecen los ecos del mundo,

las horas vagan sin rumbo, 

las paredes guardan silencio.

y poco a poco, se apaga tu vida.



En un paisaje árido y agrietado,


 En un paisaje árido y agrietado, 

como la lluvia cristalina y suave,

reposan tus labios, sin dueño, 

acariciando la tierra reseca, 

penetrando mi piel fatigada y sedienta,

con la fuerza del viento que moldea la roca desnuda, 

con la delicadeza de una flor que brota,

y al llegar la noche,

persigo la vehemencia de tus besos,

para apaciguar mi angustiada sed.



Dunes